lunes, 28 de noviembre de 2011

INTRODUCCIÓN

La sola mención de la Alhambra evoca, para muchos, el hechizo de un pasado histórico, cuajado de vida, y el encanto de unas leyendas orientales que hieren la imaginación con esta voz mágica. Como decía Angel Gavinet "todavía hay quien, al visitar la Alhambra, cree sentir los halagos y arrullos de la senualidad, y no siente la profunda tristeza que emana de un palacio desierto, abandonado de sus moradores, aprisionado en los hilos impalpables que teje el espíritu de la destrucción, esa araña invisible cuyas patas son sueños".

La Alhambra de Granada es un conjunto monumental único, en el que se conjugan una serie de excepcionales circunstancias. Una de ellas, su topografía. Alzada sobre la colina de la Sabica, desde ella se domina toda la ciudad, contemplada y cortejada como una esposa. Así la veía el poeta árabe Ibn Zamrak en el siglo XIV:

Detente en la explanada de la Sabika y mira a tu alrededor.
La ciudad es una dama cuyo marido es el monte.
Está ceñida por el cinturón del río,
y las flores sonríen como alhajas en su garganta...
La Sabika es una corona sobre la frente de Granada,
en la que querrían incrustrarse los astros.
Y la Alhambra-¡Dios vele por ella!-
es un rubí en lo alto de esa corona.

Esta situación de elevado monte facilita la contemplación, desde cualquier mirador o ventana, adarve o arco, de paisajes y panoramas únicos, que son luz, sonidos y armonía.

El nombre Alhambra procede de una voz árabe que significa "roja" debido, acaso, al color ferruginoso de las torres y de las murallas que rodean toda la colina de la Sabica, "que con las estrellas es de plata, pero con el sol se trasmuta en oro", dice un poeta árabe.
Mas nosotros evocamos, porque mucho nos place, la poética versión de los cronistas musulmanes que hablan de la construcción de la alcazaba alhambreña "a la luz de las antorchas", cuyos reflejos dieron a los muros su peculiar coloración.

Nacida originariamente con finalidad castrense defensiva, la Alhambra fue, al mismo tiempo, una alcazaba (fortaleza), un alcázar (palacio) y una pequeña medina (ciudad). Este triple carácter nos explica muchas peculiaridades del monumento. Como tampoco nos debe resultar extraño el curioso maridaje, urdido por la misma historia, entre el arte musulmán, tan delicado y frágil aquí, con "materiales pobres convertidos en materia de arte" (Gómez Moreno), y el arte cristiano, robusto y pleno de equilibrio renaciente.

No hay noticias de la Alhambra como residencia de reyes hasta el siglo XIII, si bien la alcazaba existía desde el siglo IX. Los primeros reyes granadinos, que fueron los ziríes, tuvieron sus castillos y palacios en la colinadel Albaicín, y nada queda de ellos, salvo el recuerdo. Serán los emires nasríes los que, a partir de 1238, edifiquen la Alhambra. El fundador de la dinastía, Muhammad Al-Ahmar, inició la restauración de la vieja alcazaba, que completaría su hijo Muhammad II. Este emir y sus inmediatos sucesores prosiguieron las obras. La construcción de los palacios (la llamada Casa Real Vieja) se realiza en el siglo XIV y es obra de dos grandes reyes: Yusuf I y Muhammad V. Del primero son, entre otros, el Cuarto de Comares, la puerta de la Justicia, los Baños y algunas torres; su hijo, Muhammad V acabó de embellecer los palacios con la construcción del Cuarto de los Leones, además de otros aposentos y defensas.

La Alhambra es corte cristiana desde 1492, en que los Reyes Católicos conquistaron la ciudad de Granada. Posteriormente se levantaron varias edificaciones para personalidades civiles y para la guarnición, además de una iglesia y un convento de franciscanos. El emperador Carlos, que habitó en Granada varios meses, comenzó la construcción del palacio que lleva su nombre e hizo algunas reformas en las dependencias interiores. Estas medidas han sido motuvo de inacabables polémicas, en las que, a menudo, la censuta se nutre de consideraciones políticas. Los demás reyes Austrias no olvidan el monumento y dejan en él una huella leve y discreta.

En cambio, durante el siglo XVIII y parte del XIX, la Alhambra, abandonada, ve sus salones convertidos en estercoleros y tabernas, y ocupados por ladrones y mendigos. "Así como los murciélagos profanan los castillos abandonados, la realidad del crimen y la mendicidad hispánica desencantan la ilusión de este palacio de hadas de los moros", dice el agresivo Richard Ford. Para colmo, las tropas de Napoleón, dueñas de Granada desde 1808 a 1812, convierten los palacios en cuarteles y, en la retirada, un 17 de septiembre, minan las torres y vuelan parte de las mismas. Dos de ellas, la de Siete Suelos y la del Agua quedaron en ruinas.

Y así prosiguió el abandono increíble, hasta el año 1870 en el que la Alhambra fue declarada monumento nacional. Viajeros y artistas románticos de todos los países habían clamado contra quienes menospreciaban el más bello de sus monumentos. Desde aquella fecha y hasta nuestros días, la Alhambra, protegida, restaurada, mimada, e incluso embellecida, se ha conservado para deleite y admiración de todos.

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